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No me alcanzan los cielos

Sergio Rullo

Temporada 1

No me alcanzan los cielos

Para hacer poesía o mitos, el hombre se vale

de aquello que lo rodea.

Yo tengo un gato moribundo,

una pila de ramas en la puerta,
un dedo quemado con la panquequera,

cuatro dientes menos,
un hijo jugando a la play,

unos anteojos malos, nubes arriba...

 

¿Qué poema mítico haré con estos ingredientes?

¡Oh!¡ Levi Strauss!
En la Play se repite una y otra vez

el relato de un mismo partido;
aunque cambien las camisetas y los nombres,

las frases hechas,
las jugadas, las posibles combinaciones

son tan limitadas que aburren.

El gato se muere porque nunca lo castré.

Otra víctima del pecado.
¿Es el símbolo de una vida breve pero intensa,

o es culpa y castigo?
¿Quién introdujo el sida entre los gatos?

¿Dios o los norteamericanos?

Los tres cipreses están siendo talados,

por uno que estaba seco
también caerán los que están a su lado.

¿Un mito cristiano?

El dedo quemado... Me une al sufrimiento del gato

y de los árboles...
A los dientes que murieron

sin que muera todo el ser,
a los anteojos que amplifican pero a la vez

aumentan la decadencia,
a las nubes... que no tienen nada que ver.

Elevar la existencia al orden mítico, ocuparse del ser, atravesar maia
sin quedar adherido a ella

como moscas a la telaraña...

¿Quién juega con nosotros a la Play Cien? 
¿El mito de las siete vidas corre para todos?
¿Los dientes de leche son resabios

del eterno renacer?
La piel quemada y resucitada, ¿también lo es?

Puros mitos. 
Los existentes no tenemos otra entidad

que la existencia,
y la muerte es el fin.
El gato moribundo está muriendo, 
los dientes no volverán a crecer,
la vista se pierde sin remedio
y los tres árboles...

 

Es el amor a esta criatura mortal y finita,
a este desenlace sin perdices,
a este no ser...

Es el amor sin esperanzas...

El amor, aún sin Dios ni renacer.

El amor sin porqué.

Sin título

Subo la cuesta empinada del hombre de las cavernas

que buscando el ojo de Horus aprende a andar erguido
y construye las pirámides para observarlo y ser mirado
por ese Dios que es triangular y cuatripartito,
un dios múltiple multiplicándose en cristales de luz.

 

El sol está ahí, como tus ojos, y no hacen falta sextantes,
ni brújulas, ni mapas, para llegar hasta vos. Te pienso y estás.
Mire hacia donde mire, se expande tu ser creando oasis

en el desierto de mi interior,

caravanas de camellos llevan ánforas con agua

y un Nilo oscuro recorre como un hilo mágico las arenas.

 

Veo tu rostro de tres caras y me abstengo de cualquier religión
que sólo pueda ver una de ellas porque habrá guerra y dolor
entre los hombres y se perderá para siempre el amor
de María madre, María virgen y María Magdalena,
las tres Marías que son tus rostros, mi amor.

 

No podré amarte hasta no conocerte y reconocerme
en la esfinge tripartita, en las diosas terribles de la India,
en los siete cielos planetarios, en todos los mundos te busco, amor,
y cuando casi te alcanzo, me guiñás un ojo y te vas sonriente
a otros nacimientos, a fundar ríos negros con tu pelo.

 

Eclipse y si yo pudiera...
Temporada 2
Instrucciones para mirar un eclipse

Caminar hasta un descampado sin iluminación eléctrica,

crear una sombra lunar a tu espalda

y observar cómo este eclipse de ti

estampa tu silueta en los rastrojos

y deja en el surco sombras entre los terrones

que apenas pasas se hunden

y siembran tu pasado.

 

Enjuagarse la cara con leche de Luna fresca

y tragársela de a sorbos,

emborracharse de luz fría

hasta que no des más sombra

o sólo sombreen tus huesos

y algún viejo rencor enquistado en el pecho.

 

Detenerse a la izquierda de la cruz del sur,

eso te llevará hasta Malvinas o un poco más al este

hasta el borde de la plataforma continental

donde sigas haciendo pie

y esperar a que caiga la primera estrella.

 

Antes de cada eclipse hay lluvia de meteoritos,

el paraguas podría servirte para evitar verlos

si es que sufres de fobia a pedir deseos

o si sólo sabes pedir hasta tres y pierdes la cuenta.

 

Suponte que encuentras un ombú o un baobab en tu camino,

árboles estos de la familia del palo borracho,

eso significa que el eclipse será breve;

pero si das con un cardumen de merluzas

nadando desesperadas mar afuera

será vísperas de jueves santo.

 

Los eclipses, en el calendario gregoriano,

coinciden con el Vía Crucis

para dar más dramatismo a los actos protocolares,

y cuando no coinciden se suspende todo.

 

Tienes que entender que para que tres cuerpos

se alineen en los inmensos campos del cielo

 

hace falta que sus órbitas se intercepten

y que ese día no esté nublado.

 

Para calcular este fenómeno se utilizan unas tablas de mareas,

de logaritmos y periódica de elementos

y ciertos instrumentos como astrolabios y sextantes.

Te haces de este equipo y esperas:

Si hay pleamar en Las Toninas

al tiempo que hay cierto ritmo en tus labios

o astros del sexo en tus estantes

o logos mentolados...

o los tres a la vez,

no habrá eclipse pero quizá llueva.

 

Entonces, finalmente, tomas unas vísceras de buey

y las esparces en el suelo,

lo más lejos de ti que te sea posible

para asegurarte de que ningún puma o zorro, tiburón o chaqueta,

altere la paz de tu alma cuando tu mente se sosiega.

 

Los rituales son los que determinan los efectos,

hagas lo que hagas, si lo haces con el anhelo

de ser tomada por la Luna,

habrá eclipse en el área gobernada por Selene

y se reiniciará el sistema en esa parte del lóbulo frontal

que normalmente se tilda después del destete

dejándonos huérfanos de madre estelar.

 

Disfruta de tu eclipse de Luna.

 

Si un día pudiera decir este poema

No me he pensado diciendo poesía,
escribo en ausencia de mi voz,
de mi cuerpo, de los ojos que miran.
No digo el poema en alta voz,
a voz en cuello,
como si un millón de células gritasen
un río de palabras
recogidas en la sangre
en los suburbios del colon
en las calles laterales de las grandes arterias.

Será que a la edad del pavo
aprendí a gritar: ¡Sí, mi dragoneante!
¡Sí, mi teniente! ¡Sí, mi alferez!
Con cara de guerra
podría dar órdenes atronadoras
sin inmutarme: ¡Cuerpo a tierra!
¡Míreme cuando le hablo, tagarna!
Todo el aire en el pecho, toda la voz en las cuerdas,
todo el cuerpo erecto y contraído
para expulsar el ánima, el alma,
hasta quedar vacío en la orden
que no admite ninguna duda
en quien la da ni en quien la recibe.

Por eso no pienso con palabras orales,
escribo en silencio por dentro,
debo esquivar a mi cuerpo vigilante,
a los músculos tensos de la espalda,
a la garganta estrangulada,
al grano en la nuca que atenaza
al ridículo pene que me impone
penas de diez años por hablar de amor.
Engañar a mi cuerpo a las tres de la mañana
cuando está rendido, muerto de cansancio.

Es un trabajo subversivo ganarme la vida
desde abajo, desde la alegría misma
que sube burbujeante y se detiene
porque en la punta de la lengua
hay una muralla y para saltarla
habría que gritar te quiero
me muero por vos desde ese día
mi corazón explota cuando veo el reflejo
de tu pelo en los cristales
y después se detiene porque no sos vos
y pongo cara de estúpido
y me digo que no ocurrió
que no fue verdad que me enamoré,
que no fue verdad que casi lloro.

¡Firmes! Me ordeno. ¡Saludo uno! ¡Saludo dos!
Frente al espejo el enemigo barbado,
el otro que se resiste a la gomina, al bigote,
a la mirada vacía... ¡Marica! ¿Por qué llora?
¿La nenita se enamoró? ¡Sea macho!
¡Cuerpo a tierra! ¡Carrera march!
¡Usted es carne de cañón, soldado!

Si un día recito este poema con todo mi cuerpo,
me gustaría que dijera qué bello es vivir
mientras se balancea abrazado a mí.
Me gustaría sentir lágrimas calientes
mientras digo cuánto quiero a mis hijos,
a mis nietos, a las únicas fuerzas vivas
a las que pertenezco.

¡Se arrastra hasta la trinchera y da la contraseña!

La bala se me incrusta en la cabeza,
se parten los huesos y los oigo todavía
en el centro del cerebro que sigue vivo

mientras se deshacen los tejidos
y estalla el universo cuajado de estrellas,
las veo apagarse por miríadas,
y caigo en el vacío absoluto.
Muero.
Siempre me doy la contraseña equivocada.
Siempre me dispara el guardia
y me atraviesa el centro del placer,
el órgano de la risa, la corteza amatoria.

Por unos días me mantiene vivo la máquina,
el rostro plácido, relajadas las manos ausentes,
la máquina me lleva y trae al trabajo,
me alimenta y viste, me asea, peina,
mientras vegeto en un coma profundo
tan lejos, tan fuera de este mundo.

Mi cuerpo es una máquina expropiada
por el espíritu de cuerpo, por la corporación,
por el cuerpo de ejército, la guardia de corps,
ya no me pertenece, yo le pertenezco.
Marcho, todavía desfilo cada veinticinco de mayo,
todavía flexiono cuando desobedezco
y paso las noches despierto en castigo
por la debilidad de haber amado tanto.

Si un día pudiese oralizarme y decir te amo
tal vez recuperaría este territorio expatriado,
desembarcaría en sus playas blancas
y pondría mi huella en sus arenas.

La única contraseña que evitará que la bala
atraviese la espina dorsal,
es la que no debo olvidar ni aún estaqueado.

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